martes, 11 de agosto de 2009
EL HOMBRE QUE NO DUERME
de Diego Lublinsky
de Diego Lublinsky
Con:
Patricia Becker - Jorge Booth - Claudia CanteroFederico Costa - Luis Gasloli
Daniel Ridolfi - Fernando Sayago
Diseño de escenografía
Magali Acha.
Magali Acha.
Diseño de vestuario
Anna Franca Ovstrovsky– Giorgio Correa.
Anna Franca Ovstrovsky– Giorgio Correa.
Diseño de luces
Facundo Estol.
Facundo Estol.
Diseño sonoro
Ana Foutel.
Ana Foutel.
Coordinación de producción
Gabriel Cabrera – Justina Micele.
Gabriel Cabrera – Justina Micele.
Fotografía
Juan Travnik
Juan Travnik
Diseño gráfico
Mariana Rovito
Mariana Rovito
Asistencia de dirección/cámara.
Lucila Rodriguez Canlé
Lucila Rodriguez Canlé
Realización escenográfica
Duilio Della Pittima
Duilio Della Pittima
Operador de Luces
Flavio Carvajal
Flavio Carvajal
Dirección:
Diego Lublinsky – Paula Travnik
SOBRE LA PUESTA
Nuestros personajes viven una especie de paréntesis en sus vidas. Han dejado muchas actividades para cuidar al padre y al esposo. Para ellos convivir con la muerte y el deterioro se transforma en un hecho cotidiano. Están cansados por haber estado tantos meses en función del enfermo y eso hace que pasen de un estado a otro con facilidad. En ese encierro en el que todos se disputan el afecto del padre se desarrollan situaciones tanto extremas como triviales sin solución de continuidad.
De la lectura de la obra surgen dos espacios principales donde transcurre la mayor parte de la historia. Por un lado un living comedor con una cocina integrada y por el otro el dormitorio de Jorge.
En “El hombre que no duerme” todos los personajes están orbitando alrededor de Jorge y su habitación es el centro de ese “sistema” que nos plantea obra.
Mostramos ese sitio de forma indirecta, a través de imágenes que se proyectan en una pantalla en el fondo de nuestro escenario. Magnificando los rostros. Seleccionando que mostrar y que no. Dando la posibilidad de que el público complete lo omitido por nuestra cámara.
A través del circuito cerrado de video intentamos generar una sensación de encierro en la cual todos los personajes dependen de lo que sucede en habitación del padre. Quisimos acceder a ese lugar privado como si se tratase de una película cuyas imágenes dolorosas con el tiempo se borrarán. O al menos se sumarán a recuerdos más entrañables, y a esas fotos familiares que inmortalizan los buenos momentos.
Diego Lublinsky y Paula Travnik
De la lectura de la obra surgen dos espacios principales donde transcurre la mayor parte de la historia. Por un lado un living comedor con una cocina integrada y por el otro el dormitorio de Jorge.
En “El hombre que no duerme” todos los personajes están orbitando alrededor de Jorge y su habitación es el centro de ese “sistema” que nos plantea obra.
Mostramos ese sitio de forma indirecta, a través de imágenes que se proyectan en una pantalla en el fondo de nuestro escenario. Magnificando los rostros. Seleccionando que mostrar y que no. Dando la posibilidad de que el público complete lo omitido por nuestra cámara.
A través del circuito cerrado de video intentamos generar una sensación de encierro en la cual todos los personajes dependen de lo que sucede en habitación del padre. Quisimos acceder a ese lugar privado como si se tratase de una película cuyas imágenes dolorosas con el tiempo se borrarán. O al menos se sumarán a recuerdos más entrañables, y a esas fotos familiares que inmortalizan los buenos momentos.
Diego Lublinsky y Paula Travnik
SOBRE LA OBRA
Lo que me propuse fue tocar el tema que, en lo personal, me resultaba más complicado de abordar. Algo de lo que nos cuesta hablar, eso que no queremos ni imaginar. El miedo a enfrentar una muerte lenta y dolorosa propia o de un ser querido. El miedo a tener que tomar ciertas decisiones difíciles por sobre la vida de los otros.
La obra cuenta la historia de un hombre padece una enfermedad terminal. Sus hijos quieren despedirse pero para eso se ven forzados a convivir con la nueva familia del padre.
Jorge no puede dormir, y su insomnio es demonizado por Marta (su mujer) que se aferra a la esperanza de que, cuando él pueda conciliar el sueño, todos los males que lo aquejan desaparecerán.
Ella está dispuesta a inmolarse junto a su marido, lo cuida sin dejar que entren enfermeras en su casa, pero la falta de atención hospitalaria hace que Jorge se deteriore cada día más y que, a ojos de sus hijos, sea inhumano el trato que recibe en su hogar.
A pesar de ser adultos, los hijos tendrán que aceptar que esta nueva integrante de la familia los trate como si fuesen niños y los relegue al rol pasivo de la infancia. De esta manera verán como su padre se va deteriorando lentamente sin poder hacer nada por él.
Los enfrentamientos entre la “vieja” y la “nueva familia” se disimulan en pos de esa fingida “armonía familiar” que se quiere presentar al enfermo.
Cuando los hijos por fin asuman que la muerte del padre resulta inminente, Marta cercenará la posibilidad de que se le administren medicamentos para paliar su sufrimiento.
Hasta aquí aparece una obra en la que los personajes se expresan con un lenguaje cotidiano y reconocible. Tal vez esto fue producto de haber decidido tratar el tema de manera directa e intentando despojarme de toda especulación estilística.
Pero dentro de esa cotidianeidad aparece Graciela. Una boa criada como animal doméstico propiedad de la nueva familia, que hay que sacar de la casa para proteger al padre enfermo de posibles infecciones.
El hijo mayor será quien, a pesar de sus fobias, se haga cargo del animal. Tendrá que actuar con cuidado porque el más mínimo descuido en la alimentación del reptil podría poner en peligro su propia vida.
Mientras el padre se enfrenta con su enfermedad el hijo tendrá que enfrentar a Graciela, esa boa que, como un legado maldito, amenaza con abrazarlo hasta dejarlo sin aire.
El padre y el hijo disputan sus batallas y en cada una de ellas uno saldrá airoso y el otro morirá.
Diego Lublinsky
La obra cuenta la historia de un hombre padece una enfermedad terminal. Sus hijos quieren despedirse pero para eso se ven forzados a convivir con la nueva familia del padre.
Jorge no puede dormir, y su insomnio es demonizado por Marta (su mujer) que se aferra a la esperanza de que, cuando él pueda conciliar el sueño, todos los males que lo aquejan desaparecerán.
Ella está dispuesta a inmolarse junto a su marido, lo cuida sin dejar que entren enfermeras en su casa, pero la falta de atención hospitalaria hace que Jorge se deteriore cada día más y que, a ojos de sus hijos, sea inhumano el trato que recibe en su hogar.
A pesar de ser adultos, los hijos tendrán que aceptar que esta nueva integrante de la familia los trate como si fuesen niños y los relegue al rol pasivo de la infancia. De esta manera verán como su padre se va deteriorando lentamente sin poder hacer nada por él.
Los enfrentamientos entre la “vieja” y la “nueva familia” se disimulan en pos de esa fingida “armonía familiar” que se quiere presentar al enfermo.
Cuando los hijos por fin asuman que la muerte del padre resulta inminente, Marta cercenará la posibilidad de que se le administren medicamentos para paliar su sufrimiento.
Hasta aquí aparece una obra en la que los personajes se expresan con un lenguaje cotidiano y reconocible. Tal vez esto fue producto de haber decidido tratar el tema de manera directa e intentando despojarme de toda especulación estilística.
Pero dentro de esa cotidianeidad aparece Graciela. Una boa criada como animal doméstico propiedad de la nueva familia, que hay que sacar de la casa para proteger al padre enfermo de posibles infecciones.
El hijo mayor será quien, a pesar de sus fobias, se haga cargo del animal. Tendrá que actuar con cuidado porque el más mínimo descuido en la alimentación del reptil podría poner en peligro su propia vida.
Mientras el padre se enfrenta con su enfermedad el hijo tendrá que enfrentar a Graciela, esa boa que, como un legado maldito, amenaza con abrazarlo hasta dejarlo sin aire.
El padre y el hijo disputan sus batallas y en cada una de ellas uno saldrá airoso y el otro morirá.
Diego Lublinsky
CRITICAS
DALIA GUTMANN. "ABRI LOS OJOS" . RADIO METRO 95.1
Muy buenas actuaciones, ningun diálogo resulta forzado. Excelente escenografía. Una obra muy cinematográfica en la cual la pantalla gigante funciona muy bien y la utilización del espacio es increíble. Un dramón que me atrapó.
MARIA LAURA PACHECO. ABCCULTURAL
Todos los jueves y domingos a las 20:30, Diego Lublinsky y Paula Travnik dirigen “El hombre que no duerme” en el Espacio Teatral ElKafka (Lambaré 866). Se lucen en sus roles Luis Gasloli, Claudia Cantero, Fernando Sayago, Federico Costa, Patricia Becker, Jorge Booth y Daniel Ridolfi.
“El hombre que no duerme” explora la convivencia de una familia disgregada que, ante la llegada de un padre moribundo y deprimido por su estado, deberá mostrar una falsa unión para no empeorar el ánimo del enfermo. Pero esa fingida unidad no será tal como se la muestra ya que las fricciones están latentes en cada diálogo y se desencadenan prácticamente ante cualquier situación generada entre la familia.
Pero qué otro panorama se puede esperar si se mezclan un joven con una serpiente como mascota, otro obsesionado con los documentales del canal National Geographic y otro que fantasea con la enfermera de su padre. Lo único que ellos tienen en común es cierto desinterés y fastidio por verse forzados a cuidar a su padre en sus últimos días de vida. A diferencia de Marta, la mujer abnegada y determinada a sacrificar su propia vida personal con tal de cuidar y acompañar a Jorge. En un comportamiento egoísta, hasta se niega a dejarlo ir, perpetuando su malestar indefinidamente.
Jorge, convaleciente y débil, trae consigo una serie de conflictos como resultado de su condición. Con la excepción de su mujer, la única que le brinda un apoyo genuino, el resto de sus hijos muestra cierto cansancio y desinterés al oír constantemente las anécdotas del hombre, que empieza a desprenderse tanto de sus memorias como de varios objetos de su hogar.
El desarrollo en vivo de la trama se complementa con agobiantes proyecciones captadas por una cámara situada en la habitación donde Jorge descansa, o intenta hacerlo, mientras el público no se pierde detalle de lo que sucede allí dentro: sus ataques de pánico y ansiedad, sus problemas respiratorios, sus enormes dosis de medicamentos. Todas sensaciones de las cuales resulta imposible evadirse y hasta sentir que se las vive junto al mismo protagonista.
Como si su enfermedad no fuera suficiente padecimiento, Jorge sufre un eterno insomnio, convirtiéndolo en “el hombre que no duerme”, aquel al cual hace referencia el título de la obra. Quizás sea este uno de los motivos por los cuales sostiene lúgubres conversaciones con su enfermera, tanto como las imágenes que lo reflejan postrado con respiradores artificiales, en las que le pregunta si ha visto morir a muchos y cómo se hace. “Hay que querer”, le responderá ella.
En contraposición a estos climas densos, espesos, que se tornan tan exasperantes como la agonía misma del moribundo protagonista que deriva en una angustiosa espera, la obra aporta brillantes cuadros con diálogos cargados de un peculiar humor, como aquel en el que uno de sus hijos le relata a su padre cómo las boas seleccionan a sus víctimas, ante la imposibilidad de elegir otros tópicos de conversación menos extravagantes.
“Tiene que vernos unidos”, es la frase que repite Marta recurrentemente, pero hasta el último momento los miembros de la familia difieren en sus ideas e incluso en el trato para con el enfermo. Es aquí cuando aparece su hermano para darle fin a tanto dolor, pero choca con la determinación de Marta de aferrarse (aunque sea sólo el 1%) a la posibilidad de que Jorge se mejore y continúe con vida.
“El hombre que no duerme” pasea al espectador por diferentes estados anímicos, derivados de los diálogos y las actuaciones que provocan desde risas incómodas y sonrisas por sus insólitas situaciones hasta la desgarrada tristeza por el estado de su protagonista y todas sus dolencias que, en referencia al título de la obra, sólo dormirá cuando esté muerto.
Muy buenas actuaciones, ningun diálogo resulta forzado. Excelente escenografía. Una obra muy cinematográfica en la cual la pantalla gigante funciona muy bien y la utilización del espacio es increíble. Un dramón que me atrapó.
MARIA LAURA PACHECO. ABCCULTURAL
Todos los jueves y domingos a las 20:30, Diego Lublinsky y Paula Travnik dirigen “El hombre que no duerme” en el Espacio Teatral ElKafka (Lambaré 866). Se lucen en sus roles Luis Gasloli, Claudia Cantero, Fernando Sayago, Federico Costa, Patricia Becker, Jorge Booth y Daniel Ridolfi.
“El hombre que no duerme” explora la convivencia de una familia disgregada que, ante la llegada de un padre moribundo y deprimido por su estado, deberá mostrar una falsa unión para no empeorar el ánimo del enfermo. Pero esa fingida unidad no será tal como se la muestra ya que las fricciones están latentes en cada diálogo y se desencadenan prácticamente ante cualquier situación generada entre la familia.
Pero qué otro panorama se puede esperar si se mezclan un joven con una serpiente como mascota, otro obsesionado con los documentales del canal National Geographic y otro que fantasea con la enfermera de su padre. Lo único que ellos tienen en común es cierto desinterés y fastidio por verse forzados a cuidar a su padre en sus últimos días de vida. A diferencia de Marta, la mujer abnegada y determinada a sacrificar su propia vida personal con tal de cuidar y acompañar a Jorge. En un comportamiento egoísta, hasta se niega a dejarlo ir, perpetuando su malestar indefinidamente.
Jorge, convaleciente y débil, trae consigo una serie de conflictos como resultado de su condición. Con la excepción de su mujer, la única que le brinda un apoyo genuino, el resto de sus hijos muestra cierto cansancio y desinterés al oír constantemente las anécdotas del hombre, que empieza a desprenderse tanto de sus memorias como de varios objetos de su hogar.
El desarrollo en vivo de la trama se complementa con agobiantes proyecciones captadas por una cámara situada en la habitación donde Jorge descansa, o intenta hacerlo, mientras el público no se pierde detalle de lo que sucede allí dentro: sus ataques de pánico y ansiedad, sus problemas respiratorios, sus enormes dosis de medicamentos. Todas sensaciones de las cuales resulta imposible evadirse y hasta sentir que se las vive junto al mismo protagonista.
Como si su enfermedad no fuera suficiente padecimiento, Jorge sufre un eterno insomnio, convirtiéndolo en “el hombre que no duerme”, aquel al cual hace referencia el título de la obra. Quizás sea este uno de los motivos por los cuales sostiene lúgubres conversaciones con su enfermera, tanto como las imágenes que lo reflejan postrado con respiradores artificiales, en las que le pregunta si ha visto morir a muchos y cómo se hace. “Hay que querer”, le responderá ella.
En contraposición a estos climas densos, espesos, que se tornan tan exasperantes como la agonía misma del moribundo protagonista que deriva en una angustiosa espera, la obra aporta brillantes cuadros con diálogos cargados de un peculiar humor, como aquel en el que uno de sus hijos le relata a su padre cómo las boas seleccionan a sus víctimas, ante la imposibilidad de elegir otros tópicos de conversación menos extravagantes.
“Tiene que vernos unidos”, es la frase que repite Marta recurrentemente, pero hasta el último momento los miembros de la familia difieren en sus ideas e incluso en el trato para con el enfermo. Es aquí cuando aparece su hermano para darle fin a tanto dolor, pero choca con la determinación de Marta de aferrarse (aunque sea sólo el 1%) a la posibilidad de que Jorge se mejore y continúe con vida.
“El hombre que no duerme” pasea al espectador por diferentes estados anímicos, derivados de los diálogos y las actuaciones que provocan desde risas incómodas y sonrisas por sus insólitas situaciones hasta la desgarrada tristeza por el estado de su protagonista y todas sus dolencias que, en referencia al título de la obra, sólo dormirá cuando esté muerto.
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